Restos de vidas en minúsculas bolsas de plástico con un peine o los
restos de un reloj muerto para siempre. Bosnia adolece del miedo al
olvido. Cuando uno visita esos campos infinitamente verdes, de casas
dispersas, plácidas de los Balcanes no imagina que el horror puede
desatarse para un niño de diez años como el protagonista por la mala
fortuna de un tropiezo con una mina antipersona. El documental de Matteo
Bastianelli, premiado recientemente en el Festival Internacional de Cine
de Bari (BIF&ST), es el relato de sus vivencias, de esas mujeres con
velo de su familia esperando frente a la tumba y a ese retrato a lápiz
que es la memoria residual del difunto, mientras sus deudos masculinos
se tapan los ojos en señal de oración y la madre continúa fumando.
Porque la vida no se despega de los vivos, aunque esta pieza testimonial
del fotógrafo y director italiano, el reflejo en la pantalla es el de un
país anclado en un pasado, el de los trenes cubiertos de rosas y el
respeto ante la marcha a Potočari,
que lastra su presente. Y su presente son esos edificios vacíos, tan
"jodidos" como un país al que regresar, pero donde se hace muy difícil
sobrevivir. Nihad nos cuenta cómo la gente con dinero hizo sus fortunas
antes de la guerra y frente a ellos, la gente sin recursos lo consigue
en las calles, a través del crimen. Un modo de subsistencia que conduce
al languidecimiento, a perpetuar esa filiación en el sufrimiento.
Si quieren encontrarla pueden localizarla en esas tumbas sin testigos, aunque saqueadas de Sokolac o en los estantes donde se acumulan en sobres, en pasillos fríos las piezas de un puzzle que sólo los antropólogos pueden cuadrar para encausar a los culpables y quizá recomponer algo de esa esencia identitaria perdida.
Las imágenes de Bastianelli, capturadas con ojos de fotógrafo entrenado, nos muestran edificios agujereados, calles minadas de cementerios clamorosamente silentes a los que acudir a rezar, como se acude a acabar esa marcha que no pudo ser en la ciudad que la guerra situó en el mapa. El sentimiento de vacío y de imposibilidad para incorporarse a la normalidad es el relato de los discapacitados en una sociedad de subsidiados, de falta de oportunidades que precisamente por eso el peso de la memoria acaba por ocupar. En medio de tanta desolación, de asomarse a la ciudad desde edificios derruidos, una canción y la inspiración en esa protesta que no hay manera de acallar vienen a auxiliar a nuestro hip-hopero; en la música no hay miembros amputados, ni prótesis, ni desempleo, ni marginación. En el amor tampoco. Ambos salvavidas sirven a este héroe anónimo, pero ¿cuántos otros habrán de seguir buscando su identidad en los libros de historia, y en el nacionalismo subvencionado, porque el presente no les ofrece más alternativas?
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