Todo empezó por una molesta coincidencia navideña: Una mujer compra
en una tienda un aparentemente inocuo juguete para su hijo, el palacio
del baboso Jabba El Hutt, uno de los malvados de la serie de "La guerra
de las Galaxias". Revisándolo, empieza a encontrar que el edificio le
recuerda demasiado a una de las mezquitas más conocidas de Estambul. El
tío del niño indignado se dirige a la comunidad musulmana turca de Austria
para transmitirle su desagrado: no le gustan los parecidos entre el Palacio
de Jabba creado por Lego para los seguidores de Star Wars y Hagia
Sophia -transformada en mezquita por el sultán Mehmed II, antes basílica
ortodoxa y museo desde 1930-. La responsable de trasladar la queja ha
sido Melissa Günes, portavoz y secretaria general de la comunidad
musulmana del país, que rápidamente obtuvo el apoyo de sus homólogos en
Alemania al calificar el juego de "incitación al odio", porque el
retrato de este malo de ficción tan sospechosamente oriental se completa
con su afición a fumar en pipa, encadenar a bellas princesas que bailan
ligeras de ropa la danza del vientre, cosas poco adecuadas para una
habitación infantil. En declaraciones a los medios se llega a definir el
juego como "dinamita pedagógica al retratar a los musulmanes como
terroristas". Enseguida se esgrimieron argumentos como el racismo o la
islamofobia para acusar al fabricante de juguetes de sembrar la
discordia, especialmente teniendo en cuenta que el villano de Tatooine,
tan malo como para congelar a Han Solo, es representado como un
terrorista galáctico en la serie de George Lucas. Las críticas señalaban
cómo la firma juguetera danesa difunde peligrosos prejuicios raciales
contra los orientales al perfilarlos como personajes criminales,
pistoleros y traficantes de esclavos, y que también veían reminiscencias
de la mezquita de Jami al-Kabir en Beirut, por el parecido de la torre
de vigilancia del recinto palaciego -defendida por la figura de lo que
podría ser un imán armado- con el minarete de aquel edificio religioso.
Los parecidos se extendieron incluso entre la figura de El retorno del
Jedi y el mandatario musulmán de Gambia Yahya Abdul-Aziz Jemus Junkung
Jammeh, muy virulento con el colectivo homosexual al que tacha de
"satánico, anti-Dios, anti-humano y anti-civilización".
A pesar de que las semejanzas de la residencia palatina podrían remitirnos también al Panteón de Roma o a un templo budista, toda esta polémica por el supuesto sacrilegio ha provocado que a partir del año próximo esta caja del Palacio de Jabba the Hutt seguramente sea algo más cara (unos 139 euros) y se convierta en objeto de culto, pues dejará de producirse tras permanecer tan sólo un año en el mercado, pese a que lo habitual es que los productos de la firma danesa estén disponibles durante tres, para contentar a los que se han sentido molestos con el inofensivo juguete y que exigen una disculpa pública por parte de Lego por su falta de sensibilidad hacia otras culturas y por haber creado deliberadamente un juguete que puede fomentar hábitos belicistas, ya que muchas figuras de la serie portan armas. De nada han servido las explicaciones oficiales desde la juguetera que se atenía a recordar que sus productos "no reflejan ningún edificio, persona o la citada mezquita que no sea de ficción", además de lamentar que el juego haya ocasionado una interpretación errónea por parte de la comunidad cultural turca, ya que el producto sólo tiene como referente el Episodio VI de la saga Star Wars. El comunicado oficial de la Comunidad Cultural turca insta a los padres a dejar de adquirir "juguetes de guerra o discriminatorios" como el susodicho modelo, por ir contra "la coexistencia pacífica de las diferentes culturas en Europa" y por ser inapropiados para niños de entre nueve y catorce años", concluyendo que se esperaría mayor empatía y responsabilidad de un fabricante de juguetes que deben ser educativos y se supone perdurarán durante años. Todo ello aprovechando el fuerte rechazo que en Alemania o Austria suscitan los juguetes bélicos, tras la experiencia de la Segunda Guerra Mundial.
No es la primera vez que los juguetes de Lego generan controversia.
Ya en 1997 un desafiante artista polaco, Zbigniew
Libera, provocaba al mundo con su minuciosa recreación de un campo
de concentración, el instrumento del genocidio sistemático, hecho con
las piezas de plástico: los barracones, los cadáveres, los hornos
crematorios, los guardianes de los lagger... que fue acogida con
insultos por parte de la comunidad judía que acusó de antisemitismo al
creador, aunque no haya ninguna alusión al holocausto nazi y el recinto
podría ubicarse en la antigua Unión Soviética, en la guerra de los boers
en Sudáfrica o en Bosnia. En su mente, devolver a la escena pública el
debate en torno al campo de exterminio, el icono del siglo XX, porque en
palabras del filósofo rumano Cioran
en "La tentación de existir": "Una civilización existe y se impone sólo
mediante actos de provocación".
La legitimación de la violencia en los juegos infantiles ha sido ampliamente analizada por autores como Erik Erikson que en "Juguetes y razones: Etapas de la ritualización de la experiencia" habla de cómo el dominio de lo lúdico, de ese mundo exterior prefabricado, mimético con la realidad de los adultos redime al chaval de su alienación y propicia que su ego crezca. Un pensamiento conceptual a través del juego que algunos usan para revivir aspectos del pasado, representar el pasado o modificarlo y anticiparse al futuro como expone Erikson. Esa rebelión frente a lo que no nos gusta o nos gusta demasiado, pero ya no existe es el motor de muchas aficiones adultas camufladas en figuras de colorines a escala. De ahí surgen los más evidentes diaporamas que recrean escenas bélicas, pero también los inocentes muñecos de Playmobil o Lego con los que se juega al ritual cultural para fortalecer la propia identidad, la pertenencia, normalmente frente al otro que es apartado en lo que el autor define como pseudo-especiación, primer paso para la demonización del que no es como nosotros. Volvemos a cruzar la alambrada de Auschwitz...
Otro que utilizó las piezas de Lego, esta vez todas blancas, fue
Olafur Eliasson, casualmente danés, trasladando en 2004 tres toneladas
de los bloques constructivos a una plaza de la capital albanesa para
cuestionar el desarrollismo salvaje que se produjo durante la etapa
soviética, intentando recrear la anarquía con que la ciudadanía de
Albania se apañaba para construirse sus propias casas sin tener en
cuenta desde luego al medio ambiente que moldeaban a su antojo y
proponiendo desde la pureza de líneas de ese blanco una especie de
volver a empezar. Al ver las fotos uno se percata de que más que
corregir errores, los albaneses sugerían persistir en él levantando
edificios descomunales, tal vez para no desentonar con la faraónica
pirámide de Hoxha que rodearon con sus construcciones de juguete. "The
cubic structural evolution project" les permitió imaginar durante
diez días paisajes nuevos para su ciudad, en este proyecto artístico
participativo, aunque esas vistas de una nueva Tirana se parecieran
demasiado a la temible elefantiasis de tiempos pasados. Lo que Eliasson
pretendía era otorgarles una primera libertad, la de decidir dónde
queríian vivir después de tantos años bajo la dictadura, algo que se
concretaba en algo tan sencillo como: "Ser capaz de pensar espacialmente
y formular sus ideas a través de un proceso basado en el espacio es un
aspecto importante de la realización y la definición de su identidad". Y
siempre que los ciudadanos desisten, hay una empresa dispuesta a dar
forma a esos sueños espaciales, como sucedió con el estudio madrileño
Ámbito Project Management que de la mano de MVRDV diseñó las llamadas Tirana
Rocks para regenerar 20 hectáreas de suelo urbano, restando densidad
a su entramado y liberando espacio para un parque junto al lago, pero
con una vista arriesgada por la espectacularidad de sus gigantescos
bloques de edificios inclinados en distintas direcciones. Algo que a los
chavales les habría parecido mal hecho y seguramente habrían destruido
de un manotazo al verlo, mientras que al entonces alcalde, Edi Rama, le
pareció tan estupendo como presentarlo en televisión, dando motivos para
la crítica a los
descontentos con su visión de la ciudad. Mucho menos ambiciosa
fue la convocatoria de Lego en el Museo Etnográfico de Somes donde se
quiso congregar a fanáticos de las construcciones procedentes de Serbia
y el país anfitrión, Rumanía, evento que se ha reproducido en otro
centro comercial de Bulgaria, esta vez en el Brickfest: quizá en su
papel de pequeños arquitectos por unas horas aprenderían el valor de la
historia o al menos le cogerían cariño a sus edificios. Desconocemos si
el resultado acompañó las buenas intenciones de los organizadores. Lo
que algunos lamentarán es la transformación de la Plaza
Scandenberg que busca precisamente poner en valor el patrimonio
histórico de Tirana y convertir en un espacio representativo la
destartalada plaza, quitando eso sí, el encanto que conocimos los
viajeros antaño. Nosotros nos quedamos con los que se conforman en
entretenerse construyendo con su Lego un Dacia o un Yugo o dando vida a
escenas completas de guerras pasadas, aunque no descartamos que tras esa
nostalgia se oculte un uso perverso.
Os dejamos con un video de la batalla de Yugoslavia, interpretada por los siempre incruentos soldados Lego
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