Podría afirmarse que así es si considerásemos de manera benevolente que ahora mismo sostiene todo el peso de la responsabilidad de una Europa en crisis como las mujeres del Erecteion sujetan el entablamento. Sería mucho decir, desde luego, especialmente si más malévolamente pensamos en que su forma de tensar las riendas recuerdan más al malogrado Faetón, entusiasmado como ella en demostrar su grandeza, aproximándose al firmamento para terminar previsiblemente descabalgada de la cuadriga por conseguir desmandar las economías de los países lacayos. Por supuesto que la canciller alemana responde al prototipo de mujer bragada que personificaba Artemis en la Grecia clásica, pero ahí acaban los parecidos, porque en lugar de aliviar el dolor de las mujeres como la diosa cazadora, Merkel está revestida de la furia uterina que nos transformará en piedra de no arreciar la austeridad como a los nióbidas.
De todos modos, ¿por qué las cariátides caminan entre nosotros, nos salen al paso? Ésa es la propuesta de la artista griega Amalia Sotiropoulou que descontextualiza las figuras de la Acrópolis y las hace entrometerse en nuestra vida diaria, para que nos choquemos con su presencia de piedra. Quizá la reivindicación de la fotógrafa sea más un llamamiento a recuperar el honor patrio, para poner en pie al pueblo heleno, reiteradamente vejado por las inacabables exigencias de la troika que, con la aquiescencia de Aurora Dorada ha echado el cierre a la televisión pública de Grecia. Clausurando el órgano máximo de la interpretación y difusión icónicas masivas se cercena, o se intenta cercenar la capacidad de aproximación a la realidad, abandonando a la ciudadanía a las emisoras de televisión privadas, siempre más interesadas en el beneficio económico que en la información. En realidad, con el fundido a negro de la programación de la ERT Lord Elgin vuelve a salirse con la suya; si entonces dejó huérfanas a las hermanas del templo dedicado a Erecteo, llevándose al British Museum a una de las muchachas de Karyai, ahora las instituciones económicas que deciden nuestros destinos intentan robar el orgullo a los griegos. No basta con humillarlos con reformas destinadas a satisfacer las insaciables demandas de la Eurozona, hay que saquear nuevamente a un pueblo, despojándolo de su esencia, abocando a más de 100.000 niños y niñas a recurrir al trabajo ilegal. Habitualmente quienes esgrimen los valores como punta de lanza de reinvidicaciones reaccionarias son los que de un modo u otro nos arrojan en brazos de la caridad como alternativa a una vida digna donde la igualdad y la ética sean los fundamentos de nuestro comportamiento.
Amalia Sotiropoulou dispone a sus cariátides a ambos lados de los evzones, los soldados que hacen con su fustanella, fareon y kaltsodetes el llamativo cambio de guardia en la plaza Syntagma, tal vez por si, víctimas de la debilidad por las penurias del momento se dejan llevar y escapan de su puesto. Parecen custodiar al hoplita desconocido y la lista de las batallas que ganaron para Grecia la independencia hoy perdida. Con la cariátide-copiloto nos quedamos observando esa furgoneta que nos insta a las medidas de salvamento: diseñar, construir, remodelar, reparar y mantener, recetas no tan sencillas de aplicar cuando es un país entero el que está en juego. Como mujeres, las cariátides son símbolo de fortaleza y por eso su presencia en las calles nos lleva a rebajar su misterio: es la imagen de las cariátides del aparcamiento subterráneo, enfrentadas, espalda contra espalda, testigos del vaciamiento del antiguo esplendor de un país que gracias a una burocracia corrupta o una corrupción enquistada en los más altos niveles del Estado depende de dar solución a su deuda soberana, cuando antes lo que reinaban eran las grandes fortunas.
En tiempos de desesperación, vemos incluso a esa cariátide caminante, emigrada entre lo que intuimos puede ser China o en cualquier caso un país asiático que viene a suplir con una boyante economía los preceptos de los derechos que antes regían las relaciones laborales. Las espartanas andan ahora en fila, con el mismo ritmo procesional que quizá imprimieron en su Esparta natal, por un paso de cebra, arrancadas de su función de sostenes, como los desempleados de cualquier país afectado por la recesión, sin rumbo, sin posibilidad de recuperar su condición de ciudadanos de pleno derecho. Sobre el asfalto, las pintadas de las consignas de la protesta tal vez. Como ellos vemos a las cariátides que se sientan a una mesa que ningún otro comensal quiere compartir: Europa repudia a sus hijos pródigos y nos invita a participar de unas celebraciones de una inexistente armonización fiscal, a ser convidados de piedra de una unión que está para las exigencias, pero no para actuar con diligencia. Ya no sólo hay hambre en el continente negro. Nos queda como salida volver a las catacumbas, a esa vida bajo la ciudad, donde como en el Metro de Atenas podemos deambular por entre las ruinas de un pasado glorioso, pero esta vez las estatuas han roto las jaulas de sus vitrinas para situarse frente a nuestros ojos, instándonos a no perder el norte, a reconocernos en su resiliencia, en su fortaleza.
Puede que Angela Merkel sea una cariátide, pero cada vez es más patente su cojera.
La exposición puede verse en la galería Skoufa de Atenas hasta el próximo 6 de julio.