CASA BALCANES
  Sociopolítica   Turquía 01/04/2013

Los turcos en las fuentes bizantinas

Autor: David Sosa

Cuando a finales del s.VI Menandro el Protector dejó constancia escrita de que unos ciertos turkoi habían enviado una embajada al emperador Justino II, poco se podía imaginar que aquel insignificante y remoto pueblo llegaría un día a conquistar el imperio de los romanos, y con él la inexpugnable Constantinopla.

Es cierto que anteriormente el imperio había tenido contacto con pueblos túrquicos. Hacía ya siglos que cada poco se dejaban caer por el mundo romano etnias más o menos organizadas provenientes del norte de Europa y del interior de Asia, la mayoría de las veces con intenciones poco amistosas. La aparente capacidad de esas tierras bárbaras para producir una horda invasora tras otra hizo que en ocasiones los romanos se refirieran a ellas con terror como officina gentium, es decir, la “fábrica de pueblos”.

Algunos de estos pueblos eran probablemente túrquicos (recordemos el origen turco de la palabra “horda”). Es el caso, si bien discutido, de los hunos, cuyo célebre caudillo Atila llegó a plantarse ante las murallas de Constantinopla al frente de un temible ejército. Y sin duda es el caso de los ávaros, que durante algunos siglos fueron el quebradero de cabeza de más de un emperador bizantino.

Pero la novedad de Menandro y los otros cronistas de finales del siglo VI, como Teófanes de Bizancio y Teofilacto Simocatta, fue dejar por escrito el término “turco” por primera vez en la historia occidental. Un etnónimo que más o menos por esas mismas fechas aparecía registrado en las fuentes chinas como Tu’ kue, y poco después en las propias fuentes turcas como Türk, “el pueblo fuerte”, “poderoso”.

Ese primer embajador turco que menciona Menandro llegó a Constantinopla hacia el año 569, tras un largo y penoso viaje a través de Asia Central y el Cáucaso. Venía en nombre de Silzibul, también conocido como Istämi, khan soberano del imperio Göktürk, un estado enemigo de Persia cuyo territorio se extendía por todo el Asia Central. La propuesta de esta primera embajada de Silzibul al emperador Justino II era ofrecerse como intermediarios entre Bizancio y China en el comercio de la seda, de modo que ambos pudieran esquivar el férreo control que imponían los persas.

Otro embajador turco que llegó pocos años más tarde a Constantinopla para renovar la alianza con Bizancio, presentaba humildemente a su soberano como “Gran Señor de siete razas, gobernador de los siete climas del mundo y vencedor de los hunos blancos en feroz batalla”.

Sabemos también que tanto el emperador Justino II como su sucesor Mauricio Tiberio enviaron por su parte embajadores a los turcos. El primero fue el oficial Zemarco, quien viajó hasta Ektag, la Montaña de Oro, corazón del reino de los turcos en los montes Altái. Zemarco hace algunas observaciones interesantes de su viaje, como el hecho de que fue obsequiado con hierro y obligado a saltar una hoguera varias veces, al tiempo que su equipaje era sometido a un ritual de purificación mediante cantos, música de tambores y la quema de ciertas plantas que se suponía mágicas. Poco después otro embajador bizantino anotaría al respecto que

Los turcos veneran el fuego hasta límites insospechados, y también rinden honores al aire y al agua. Dirigen plegarias a la tierra, pero sólo se postran ante quien creó el cielo y la tierra, a quien llaman Dios. Sacrifican caballos y ovejas en su honor.

La corte del khan es descrita como espectacular en su pompa bárbara: tronos dorados flanqueados por pavos reales, y todo tipo de animales esculpidos en oro y plata, lujosos colgantes y mucha seda. Una de estas expediciones trajo consigo de vuelta a 106 turcos, de quienes se dice que visitaron el territorio bizantino y llegaron a Constantinopla, siendo tal vez los primeros turcos de la historia instalados en la ciudad.

También en esa época (finales del s.VI) existe otra mención a los turcos en un contexto algo diferente. Juan de Éfeso escribe en su Historia Eclesiástica un curioso episodio. Cuenta que cuando los persas invadieron Siria en el año 573 hicieron prisioneros a casi 300.000 cristianos. De entre todos ellos, el rey Cosroes seleccionó a las dos mil vírgenes más hermosas para ofrecérselas al khan de los turcos, a quien quería ganarse como aliado.

Las vírgenes, cuando se encontraban a sólo cincuenta leguas del campamento turco, pidieron permiso a sus guardianes para bañarse, se alejaron un poco de los soldados alegando pudor, y prefiriendo morir antes que perder en manos de los turcos su religión y su honor, se lanzaron deliberadamente al río y se ahogaron.

Más adelante el término turkoi aparece en las fuentes bizantinas de forma un poco confusa, referido a multitud de pueblos distintos. Sobre todo a los jázaros, herederos del imperio Göktürk, y los pechenegos, pero también a otros pueblos no túrquicos, como los magyares.

A partir del s.IX las menciones a los turcos son cada vez más numerosos, ya que además no eran pocos los que servían en el imperio bizantino. Tal vez el primer turco-bizantino célebre fue el general Bardanes Tourkos, que protagonizó una fallida rebelión contra el emperador Nicéforo I. Y a partir del reinado de Constantino VII, en el s. X, se sabe que el emperador contaba permanentemente con una guardia personal llamada “ferganesa” o “turca”, formada por esclavos traídos de más allá del río Oxus, en el valle de Fergana, actual Uzbekistán. Y más de un siglo después, Alejo I Comneno incluía en su ejército regular un batallón entero de caballería turca, los llamados turkopoli.

Por aquel entonces los turcos ya no eran un pueblo distante e inofensivo. Los turcos selyúcidas, convertidos al islam, habían ocupado la práctica totalidad de la península Anatolia, que desde entonces empezaría a ser conocida como “Turquía” entre los europeos.

Las relaciones entre turcos y bizantinos, convertidos en vecinos, se estrecharon, y algunos turcos llegaron a ocupar cargos importantes en el estado bizantino, como es el caso de Takitios, uno de los generales más apreciados por Alejo Comneno, o el megas domestikos Juan Axuch. Y en 1143 por primera vez un sultán turco puso los pies en Constantinopla. Fue el sultán selyúcida de Konya Mesud I, quien invitado por Manuel Comneno no sólo visitó la capital, sino que participó en una procesión solemne a Santa Sofía, para escándalo del patriarca.

Pero aún más sonada fue la visita veinte años más tarde del sultán Kilij Arslan II, también a invitación del propio Manuel Comneno. En esta ocasión el sultán venía a rendir pleitesía al emperador bizantino, ya que acababa de ser derrotado por éste e iba a necesitar su ayuda frente a otros soberanos turcos de Anatolia. Si creemos lo que relatan Juan Cinnamo y otros cronistas contemporáneos, Manuel se propuso impresionar al sultán desde el mismo momento en que llegase a la capital. En primer lugar lo recibió sentado en un trono que estaba alzado en un enorme pedestal chapado en oro con incrustaciones de zafiros y perlas. Él mismo vestía una capa púrpura con perlas y piedras preciosas incrustadas. En su cabeza resplandecía la espléndida diadema imperial, y colgando de su cuello una cadena de oro con un rubí del tamaño de una manzana. Según Cinnamo, cuando el emperador ordenó al sultán sentarse a su lado, éste estaba tan maravillado que no se atrevió ni a moverse.

Y era sólo el principio. Durante su estancia, que duró doce semanas, el almuerzo y la bebida le eran servidas en platos y copas de oro y plata que tras la comida pasaban a ser de su propiedad. Después de uno de los banquetes en el Gran Palacio, Manuel le regaló la vajilla entera. Mientras tanto, no pasaba un sólo día sin que fuese obsequiado con entretenimientos a cada cual más novedoso y sorprendente. Hubo banquetes, torneos, circos, juegos en el hipódromo y hasta una demostración del temible fuego griego. El objetivo era hacer ver al sultán turco que se le agasajaba no en calidad de monarca extranjero, sino de príncipe vasallo.

En esa ocasión, uno de los turcos del séquito del sultán trató de corresponder la magnificencia de sus anfitriones con una demostración de vuelo desde una de las plataformas elevadas del Hipódromo, con desastrosas consecuencias, pero esto puede que lo tratemos en otro momento…

Baste recordar por ahora dos ejemplos que ilustran a la perfección la influencia que a partir de entonces ejerció el mundo turco sobre Bizancio: la construcción, en el mismo s.XII del llamado Mouchroutas, un pabellón con arquitectura de tipo turco en el complejo palaciego de Constantinopla. Y ya en el s.XIV la figura de Juan VI Cantacuceno, emperador bizantino que hablaba turco y que casó a su hija con el sultán otomano Orhan. La influencia turca en Bizancio no dejó de crecer hasta el momento mismo de su aniquilación por parte de los otomanos.

Bibliografía

- Brand, Charles M. «The Turkish Element in Byzantium, Eleventh-Twelfth Centuries». Dumbarton Oaks Papers 43 (enero 1, 1989): 1–25.

- Bury, John Bagnell. «The Turks in the Sixth Century». English Historical Review, vol 12, nº 47, 1897.

- Dobrovits, Mihály. «The Altaic world through Byzantine eyes: Some remarks on the historical circumstances of Zemarchus’ journey to the Turks (AD 569–570)». Acta Orientalia 64, no. 4 (diciembre 1, 2011): 373–409.

- Juan de Éfeso. Historia Ecclesiastica Lib VI. Traducción del siríaco al inglés obra de R. Payne Smith, Oxford University Press, 1860. Disponible online aquí.

- Macartney, C. A. «On the Greek Sources for the History of the Turks in the Sixth Century». Bulletin of the School of Oriental and African Studies 11, no. 02 (1944): 266–275.

- Mangaltepe, Ismail. Bizans kaynaklarında Türkler (Menandros Protektor ve Theophylaktos Simokattes). Doğu Kütüphanesi, Estambul 2009.

- Norwich, John Julius. Byzantium: The Decline and Fall. Knopf, 1995.

(Fuente: Turquistán)

Enlaces de interés:

Turks in World History

The Histories Part 72: The Seljuk Turks

Foro político y social Balcanes 14/03/2013

Turquía se aproxima a la OTAN por la crisis siria

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