 Lo más sencillo sería hablarles de "Amélie", 
  una pastelería que ofrece delicias de arándanos, pastas de colores y 
  cubreasientos con teteras. Pero nos atrae más la idea de penetrar en el 
  mundo más oscuro de la croata Mateja Kovač. Claro que los tonos pasteles 
  y la amabilidad de sus ilustraciones más dulces nos sugieren un mundo 
  galante donde nada puede pasarte con sus envoltorios perfectamente 
  preparados para que la merendola de media tarde entre amigas y delicadas 
  tacitas de porcelana resulte ideal. Ese universo menos amable no 
  pertenece al goticismo..., no hace falta ser tan evidente. Quizá ya se 
  asomaba en los diseños de tazas inviables, con abotonaduras, corsés, 
  imperdibles o cremalleras de algunas de sus series de dibujos, porque la 
  melancolía o el desencanto no necesitan de tintas negras para aparecer 
  frente al espectador. Las encontramos en la languidez desilusionada de 
  esas chicas que parecen esperar con la mirada perdida y los brazos en 
  posición de desánimo. Suelen llevar carteritas o simplemente las manos 
  vacías, pero sabemos que a pesar de su aspecto impecable no son las 
  triunfadoras de la moda que aparentan.
  Lo más sencillo sería hablarles de "Amélie", 
  una pastelería que ofrece delicias de arándanos, pastas de colores y 
  cubreasientos con teteras. Pero nos atrae más la idea de penetrar en el 
  mundo más oscuro de la croata Mateja Kovač. Claro que los tonos pasteles 
  y la amabilidad de sus ilustraciones más dulces nos sugieren un mundo 
  galante donde nada puede pasarte con sus envoltorios perfectamente 
  preparados para que la merendola de media tarde entre amigas y delicadas 
  tacitas de porcelana resulte ideal. Ese universo menos amable no 
  pertenece al goticismo..., no hace falta ser tan evidente. Quizá ya se 
  asomaba en los diseños de tazas inviables, con abotonaduras, corsés, 
  imperdibles o cremalleras de algunas de sus series de dibujos, porque la 
  melancolía o el desencanto no necesitan de tintas negras para aparecer 
  frente al espectador. Las encontramos en la languidez desilusionada de 
  esas chicas que parecen esperar con la mirada perdida y los brazos en 
  posición de desánimo. Suelen llevar carteritas o simplemente las manos 
  vacías, pero sabemos que a pesar de su aspecto impecable no son las 
  triunfadoras de la moda que aparentan.
La misma pena imposible está en las chiquillas del flequillo tupido, casi dispuestas a modo de reflejo una de la otra, replicantes de su desánimo, de su frustración por un plantón, una negativa que intuimos de última hora, que soportan juntando las puntas de los pies en actitud infantil que contrasta con ese intento fallido de saltar a la adolescencia. Incluso en una muestra de desapego del propio destino como en ese "Afternoon at the seaside", donde la muchacha sostiene con ambas manos el libro, mirando retadora al espectador que tal vez esté más preocupado que ella por la travesía que ha emprendido sobre esa barca sin remos. No hay más que ver la filosofía de algunos de sus carteles como "Collect moments not things" o "All great changes are preceded by chaos", en los que nos anticipa esa vida al filo de la navaja, porque a nadie se le ocurriría situar a una pareja de novios, el día de su boda, ejerciendo de funambulistas, ¿o sí?
   En todas sus propuestas se revela una cierta dosis de perversión, que 
  obliga al que observa a plantearse las razones de la cara de culpa de la 
  niña que sujeta el carricoche, supuestamente vacío o ese trío de madres 
  diminutas, niñas en realidad imitando eso tan difícil de la maternidad o 
  chavales simulando el eterno sometimiento de toro al torero en sus 
  juegos infantiles. ¿Creen que nos inventamos algo, que estamos viendo 
  más nuestros vicios que sus adentros? Busquen entonces ese diseño de una Betty 
  Page atrapada por otra doncella de ojos en un burbujeante rosa 
  chicle que disfruta sádicamente maltratando a la lúbrica pin-up en ropa 
  interior. Dan ganas de decirle, ¡dale más fuerte, que no se te 
  escape!... Hasta la cabeza del camerino desierto parece mirarnos con 
  cara displicente, como si no tuviéramos permiso para acceder a ese 
  santuario de noches de encaje y ¡qué decir de ese tendedero donde hemos 
  destapado el secreto de la masculinidad de nuestro posible amante: tres 
  mostachos, tres clásicos bigotes alzados que hubieran puesto de rodillas 
  al mismísimo Hercule Poirot.
  En todas sus propuestas se revela una cierta dosis de perversión, que 
  obliga al que observa a plantearse las razones de la cara de culpa de la 
  niña que sujeta el carricoche, supuestamente vacío o ese trío de madres 
  diminutas, niñas en realidad imitando eso tan difícil de la maternidad o 
  chavales simulando el eterno sometimiento de toro al torero en sus 
  juegos infantiles. ¿Creen que nos inventamos algo, que estamos viendo 
  más nuestros vicios que sus adentros? Busquen entonces ese diseño de una Betty 
  Page atrapada por otra doncella de ojos en un burbujeante rosa 
  chicle que disfruta sádicamente maltratando a la lúbrica pin-up en ropa 
  interior. Dan ganas de decirle, ¡dale más fuerte, que no se te 
  escape!... Hasta la cabeza del camerino desierto parece mirarnos con 
  cara displicente, como si no tuviéramos permiso para acceder a ese 
  santuario de noches de encaje y ¡qué decir de ese tendedero donde hemos 
  destapado el secreto de la masculinidad de nuestro posible amante: tres 
  mostachos, tres clásicos bigotes alzados que hubieran puesto de rodillas 
  al mismísimo Hercule Poirot.
Aunque sin lugar a dudas las imágenes más desconcertantes para el espectador son aquellas que cuestionan los límites de nuestra propia animalidad, si es que en el asesinato, materia de la que se ocupaba el detective belga no reconocemos la huella de la misma. Nos referimos a las escenas en las que Mateja Kovač emplea motivos vintage, tradicionales retratos de familia que adquieren una lectura mucho más aterradora cuando comprobamos que sus protagonistas no son las acomodadas familias que preteríamos sino testas que coronan el peculiar bestiario de la autora. Los trofeos de caza puestos en pie de igualdad. Su visión nos recuerda a la exposición del vasco Mikel Uribetxeberria en su “Animalia”, que recreaba situaciones puramente humanas con personajes animales, creando un desasosiego, un cierto sentimiento de despojamiento, como si esas especies inferiores hubieran tomado posesión de nuestro espacio y nos exiliaran de él. Repasar las actitudes de estas figuras nos ayuda a entender que la distancia con esos seres desprovistos de sentimientos no es tanta: por eso sobrecoge ver la mirada gélida de la gatita que agarra sin emoción a su payaso o la ridícula semblanza de la capra hispánica, con todo su empaque de cuello para abajo y esa cornamenta difícil de ocultar. El señorío de la dama tocada de flores y adornada con su colorido collar se pierde por el tontuno gesto de la jirafa que recalca el indefinido cruce de manos sobre el regazo, el inteligente pensador, tal vez un repelente niñato, se torna más simplón bajo la máscara del camélido.
   Por si alguien pensara que todo es invención vean la cierva que, sierra 
  eléctrica en mano, secciona a la liebre en un juego de ilusionismo que 
  no ha salido todo lo bien que esperaba. Tenemos la representación visual 
  de esa norma sacrosanta del respeto a los mayores, con ese padre sentado 
  con el plato de tarta y los chiquillos en pantaloncillo corto y en 
  ringlera esperando su turno con impaciencia o los que bien podrían ser 
  la familia Trapp de "Sonrisas y lágrimas", en una curiosa sucesión de 
  especies que no parecen obedecer a su orden en la escala alimentaria, ni 
  mucho menos a los esperables cruces interespecies.
  Por si alguien pensara que todo es invención vean la cierva que, sierra 
  eléctrica en mano, secciona a la liebre en un juego de ilusionismo que 
  no ha salido todo lo bien que esperaba. Tenemos la representación visual 
  de esa norma sacrosanta del respeto a los mayores, con ese padre sentado 
  con el plato de tarta y los chiquillos en pantaloncillo corto y en 
  ringlera esperando su turno con impaciencia o los que bien podrían ser 
  la familia Trapp de "Sonrisas y lágrimas", en una curiosa sucesión de 
  especies que no parecen obedecer a su orden en la escala alimentaria, ni 
  mucho menos a los esperables cruces interespecies.
Nuestro comportamiento no siempre se vislumbra tan humano cuando lo descontextualizamos, toda presunción queda caricaturizada, porque la sobriedad de esa pareja de búhos reales no se aguanta en cuanto vemos que el gesto es parodia. Tal vez convendría tener presente este sano ensayo de otredad, para empezar a medir el valor real de nuestras conductas y aprender a atisbar al asno que todos llevamos dentro, en lugar de andar tan envanecidos, si al fin la muerte todo lo iguala como muestran una vez más las ilustraciones de la dibujante croata. ¿Cuántas veces hemos intentado mantener una impostura a sabiendas de que el cartonaje no se sostenía? Ocurre a diario en la política...
Os dejamos con una presentación de algunas de las piezas de la ilustradora croata.
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  Ciudad de origen: Samobor (Croacia).
 
  Año de nacimiento: 1984.
 
  Formación académica: Graduada en la Academia de 
  Artes (2006).
 
  Enlaces de interés: 
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