CASA BALCANES
  Sociopolítica   Estambul 27/07/2013

Historia sísmica de Estambul

Autor: David Sosa

Estambul se encuentra peligrosamente cerca de la Falla Anatolia Septentrional, y a lo largo de su historia ha sufrido numerosos terremotos, como se puede ver en los datos que proporciona el World Data Center for Seismology (no todos los seismos que revela este centro se corresponden con los documentados históricamente, lo cual se puede deber a diversas causas). El último que afectó seriamente a la ciudad, fue el que golpeó a la vecina localidad de Izmit en 1999 y que se cobró entre 17.000 y 35.000 vidas.

Aunque ningún terremoto llegó a devastarla totalmente (prueba de ello es la pervivencia de monumentos milenarios como las murallas de Teodosio, o Santa Sofía) muchos de estos terremotos históricos de Estambul fueron recogidos y descritos por cronistas de todo tipo, gracias a los cuales hoy día conocemos cuáles fueron sus efectos.

Existe un libro, Tarihsel Kaynaklarıyla İstanbul Depremleri (“Los terremotos de Estambul a través de las fuentes históricas”) de Orhan Sakin, que recoge todos estos fenómenos; y aunque aún no lo he tenido en mis manos, he podido ir rastreando muchos de estos terremotos a partir de algunos artículos y fuentes encontrados aquí y allá.

El primer terremoto indiscutiblemente documentado tuvo lugar en el año 358 DC y aparece mencionado en el Chronicon de San Jerónimo, que habla de un seismo que destruyó completamente Nicomedia, la moderna Izmit, y que afectó a las ciudades vecinas. Entre ellas es razonable pensar que estaba Constantinopla, a sólo 70 km de distancia. Se trataría además del primer terremoto tras la refundación de la ciudad por parte de Constantino. También el célebre historiador Amiano Marcelino menciona este terremoto en su Historia, lo que además le da pie a comentar los diferentes tipos de terremotos. Más tarde, el 21 de julio de 365, el mismo Amiano Marcelino nos vuelve a hablar de un terrible terremoto que fue seguido de un violento tsunami.

Las epístolas de Sinesio de Cirene, Teodoreto de Ciro y el Chronicon Paschale documentan diversos terremotos en Constantinopla en 395, 402, 403, 407, 412, 417 y 423. De uno de ellos Teodoreto nos dice que asustó tanto a la emperatriz Eudoxia, que ordenó el regreso inmediato del obispo Juan Crisóstomo, quien poco antes había sido depuesto y desterrado a instancias de la propia soberana.

En 437 se produjo otro violento seísmo que ocasionó daños y numerosas víctimas en toda la ciudad. Le siguieron otros de moderada intesidad en 442, 447, 450, 477, 487 y 525.

El 14 de diciembre de 557 un fortísimo terremoto causó daños importantes en muchas iglesias, sobre todo las que se encontraban más allá del Hebdomon, según nos cuenta el cronista Teófanes. Tras la sacudida algunos barrios quedaron irreconocibles. Las víctimas se contaban por centenares. El Hipódromo resultó seriamente dañado, y algunos meses más tarde se derrumbó la semicúpula oriental y parte de la cúpula principal de Santa Sofía, lo cual fue interpretado por muchos como un signo del fin de los tiempos. Además, como consecuencia de este seísmo, las murallas de Anastasio se vinieron abajo, permitiendo por primera vez a un pueblo túrquico, los kotrigures, amenazar seriamente la integridad de la capital dos años más tarde.

El cronista Agatías dice que este terremoto, al hacer que tanta gente viera la muerte de cerca, trajo consigo una relajación de las costumbres, y una cierta nivelación de las clases sociales. En los meses que siguieron al seísmo, afirma, muchas mujeres, incluso de clase alta, “se dejaban ver paseando descaradamente junto a desconocidos”. Además “se perdió el respeto por los ancianos, y los esclavos dejaron de inclinar la cabeza ante sus amos”.

Siguieron otros terremotos en 580, 583 (cuando una serie de fuertes sacudidas interrumpieron los juegos en el Hipódromo) y 611 para rematar ese infausto siglo VI. Luego pasarían otros 129 años de absoluta calma tectónica, si bien una leyenda afirma que en 626, cuando los avaros estaban sitiando la ciudad, los habitantes de Constantinopla sacaron en procesión un icono de la Virgen, y un providencial terremoto vino a desatar el pánico entre los tropas enemigas.

Además, por aquella época los terremotos llegaron incluso a influir en la propia liturgia de la iglesia ortodoxa. Los himnos de notables himnógrafos, como Romano el Melodioso, o más adelante José, trataban de explicar los seísmos como advertencia divina ante los pecados de los hombres.

No se vuelve a documentar ningún terremoto hasta el 26 de octubre de 740, cuando un severo temblor destruyó parte de la iglesia de Santa Irene y varios edificios, sepultando a numerosas personas entre los escombros. Tras este siniestro pronto vendrían otros en 742, en algún momento desconocido durante el reinado de Constantino VI (780-797), en 790, 796, 862 y 866.

El 9 de enero de 869, poco tiempo después de la llegada al trono del emperador Basilio I, tuvo lugar otro intensísimo terremoto relatado en infinidad de fuentes. Las réplicas se dejaron sentir durante cuarenta días. Santa Sofía y la iglesia de los Santos Apóstoles, los dos templos más importantes de la ciudad, resultaron seriamente dañadas. Después, habrían de transcurrir casi ochenta años hasta que se volvió a vivir un temblor digno de ser reseñado, en 948. El 26 de octubre de 989 otro fuerte seísmo afectó a Constantinopla y Tracia, dejándose sentir hasta en el sur de Italia. La cúpula occidental de Santa Sofía se hundió, y el acueducto de Valente también se vio afectado. Además un tsunami inundó los barrios más bajos de la ciudad. Las reparaciones se prolongaron durante seis años. El historiador León el Diácono explica que este terrible seísmo había sido anunciado por un cometa muy brillante que se dejó ver en el cielo (tal vez el cometa Halley). El temblor se produjo durante las negociaciones con el militar rebelde Bardas Skleros, y en opinión de muchos, influyó en el desarrollo de las mismas.

El siglo XI, a pesar de ser parco en fuentes, fue pródigo en estos fenómenos. Se registraron terremotos en 1010, 1037, 1038, 1041, 1042, 1064 y 1081, un seísmo este último que, según los cronistas, llegó “sin viento ni lluvia”, y al término del cual, según el historiador Miguel Attaleiates, “se veían por la calle mujeres que habían perdido todo su pudor”. Le siguió un plácido siglo XII, por lo menos en lo que a choques de placas tectónicas se refiere: durante 121 años no hubo ni un solo seismo digno de mención, hasta que en 1202, cuando ni los más viejos del lugar recordaban lo que era un terremoto, el centro mismo de Constantinopla se puso a temblar con violencia, según nos cuenta el historiador Nicetas Choniates, quién sabe si como presagio de la siguiente tragedia que se avecinaba.

La Falla Anatolia no causó ningún problema al Imperio Latino que se instauró tras la Cuarta Cruzada, pues no volvió a haber nuevas sacudidas hasta 1296, cuando un seísmo dañó la iglesia de Santa Teófano y la estatua del arcángel Miguel que se elevaba frente a su portada. Se dice que Atanasio I, que había sido patriarca pero que estaba en ese momento apartado de su trono, predijo este terremoto con tanta precisión, que el emperador Andrónico II, profundamente impresionado, lo restituyó poco tiempo después en el trono patriarcal.

Posteriormente se registraron terremotos en 1323, 1331, varios durante 1346, y en 1354, el último que sufrió la ciudad como capital del Imperio Romano de Oriente, pero que tendría importantes consecuencias, ya que los desastres que provocó permitieron a los otomanos hacerse con el control de la fortaleza y puerto de Galípoli. Sin embargo parece que la dichosa tectónica de placas quiso respetar el último siglo de vida del Imperio Bizantino, y no volvió a golpear hasta la primavera de 1454, cuando un leve terremoto se dejó sentir a orillas del Bósforo, e infinidad de réplicas se repitieron durante dieciocho días para saludar a los nuevos señores otomanos. La ciudad volvería a temblar en 1489, pero lo peor estaba por llegar veinte años más tarde.

Fue el 10 de septiembre de 1509, a las diez de la noche, un seísmo de una magnitud estimada en 7,4 en la escala de Richter que golpeó inmisericorde a la capital otomana. La devastación que causó fue tal, que los habitantes de Estambul se refirieron a él como el “Pequeño Día del Juicio Final“.

Las mezquitas de Beyazid y Fatih resultaron seriamente dañadas, y curiosamente, se desprendió el yeso que cubría los mosaicos bizantinos en Santa Sofía, dejando al descubierto todas las imágenes cristianas. Se derrumbaron también unas 100 mezquitas y más de mil casas. En algunos lugares de Gálata se abrieron grietas en el suelo de las que brotaba agua turbia. Se estima el número de víctimas entre 1.000 y 13.000. Incluso algunos miembros de la dinastía otomana pudieron haber fallecido en el terremoto. El sultán Beyazid II recriminaba poco después a sus visires que la razón de aquel terremoto no era otra sino “la cólera divina causada por la maldición de los pobres a los que torturáis”. Al temblor, según algunas fuentes, le siguió un tsunami de hasta seis metros que golpeó con fuerza las murallas marítimas. Una turbidita descubierta en el mar de Mármara puede deberse a esta gran ola.

El terremoto se sintió y afectó a prácticamente a todos los confines del imperio, y obligó al establecimiento de un impuesto especial para sufragar las obras de reconstrucción, que movilizaron a más de 66.000 obreros y 3.000 capataces. Uno de los monumentos que resultaron destruidos, pero que jamás se reconstruyó, fue el Diplokionion, una estructura con dos grandes columnas de época bizantina situada en lo que actualmente es el barrio de Beşiktaş. Además, tras el terremoto de 1509 comenzó en Estambul la tradición de construir edificios de madera, un material más resistente a los terremotos, aunque vulnerable frente a los incendios.

Tras este gran seísmo, las fuentes hablan de otros también severos en 1556, 1642, poco después del nacimiento del que se convertiría en Mehmed IV, lo que fue interpretado como un mal presagio, 1648 y 1659; a los que siguieron otros menos potentes en 1690, 1712, 1719 (que destruyó la cúpula de la mezquita de Edirnekapı) y 1752 .

En 1754, en la noche del 2 al 3 de septiembre, la tierra tembló catorce veces. El cartógrafo Murdoch McKenzie, de la Royal Navy, relata los estragos ocasionados por este seismo, entre los que cuenta el desplome de la prisión de Gálata con todos sus presos dentro.

Otro gran terremoto tuvo lugar el 22 de mayo de 1766, poco después de las tres y media de la madrugada, tras un ensordecedor estruendo que, según los testigos, provenía de las entrañas de la tierra. En esta ocasión se desplomaron enteras las mezquitas de Eyüp y Fatih, en cuya madraza unos cien estudiantes internos perdieron la vida. También una o dos torres de la fortaleza de Yedikule se derrumbaron y el palacio de Topkapı sufrió daños muy importantes. Se calcula en casi 5.000 la cifra de muertos. Las réplicas mantuvieron aterrorizados a los habitantes de la capital durante casi ocho meses. Esta tragedia inspiró a Voltaire un poema, como ya había hecho el terremoto de Lisboa once años antes.

Tras éste, nuevos temblores en 1790, 1802, 1837, 1841, 1855, 1863 y 1874. La relativa frecuencia con la que los seísmos golpeaban Constantinopla hizo que mucha gente creyera un rumor que circuló durante un breve tiempo a comienzos del s.XIX, según el cual la ciudad había sido completamente devastada por uno de estos terremotos. Esta falsa noticia inspiró incluso un emotivo poema de la escritora inglesa Amelia Opie.

El terremoto de 1894

El 10 de julio de 1894, a las doce en punto del mediodía, algunos extraños fenómenos se dejaron sentir en Estambul y sus alrededores: numerosos bañistas que se encontraban en distintos puntos del mar de Mármara, insólitamente tranquilo en aquel momento, sintieron que de pronto el agua se volvía tibia. También en el suburbio de Bakirköy, a 11 kilómetros de la ciudad, una mujer se sorprendió de que el agua que acababa de sacar de su pozo estuviese caliente, cuando normalmente salía fresca. Si hubiera leído a Diógenes Laercio habría sabido que esa era la señal que llevó a Ferécides, maestro de Pitágoras, a predecir un terremoto en Samos. Sospechamos que en lugar de eso simplemente aprovechó la coyuntura para prepararse un té.

También en otros lugares se observaron pequeñas nubes grisáceas que surgían del agua o de grietas en el suelo, y hubo quien vio a bandadas de golondrinas huyendo de sus nidos con inusitada agitación. Pocos minutos después se escuchó un profundo rumor que parecía brotar de lo más hondo de la tierra.

A las doce y veinte minutos, durante la llamada a la oración, se sintió una primera sacudida, suave, que fue seguida de otras cada vez más fuertes. Ya no había duda, se trataba de un terremoto (en concreto un seísmo de unos 7 grados en la escala de Richter y con epicentro en el mar de Mármara, a unos 8 km del barrio de Yeşilköy). La población, presa del pánico, se lanzó enseguida a las calles. En poco tiempo numerosos edificios se vinieron abajo. Desde los barcos pesqueros y los ferries del Bósforo la gente pudo contemplar atónita las nubes de polvo que se elevaban y sumían a la ciudad en el caos. Poco después, el mar se retiró unos metros e inmediatamente una enorme ola precipitó a algunas pequeñas embarcaciones contra la costa, haciéndolas pedazos.

En el Gran Bazar, el temblor había bloqueado algunas puertas, y los muros y algunas de sus cúpulas empezaron a desplomarse sobre los que se agolpaban dentro intentando salir. Además se declararon por todas partes numerosos incendios que los atemorizados ciudadanos a duras penas podían sofocar.

Los edificios públicos fueron los más afectados, ya que la mayoría estaban construidos en piedra, frente a la madera de las viviendas particulares, mucho más resistente. Entre los edificios derribados o gravemente dañados se encontraban las comisarías de policía de Gedikpaşa, Fatih y Üsküdar, las escuelas primarias de Saraçhane y Fatih, las madrazas de Irgatpazari y Atikalipaşa, las mezquitas de Fatih, Hafızpaşa y Edirnekapı, así como el Patriarcado Ortodoxo.

Las cifras oficiales hablaron de 138 muertos, un número a todas luces falso, ya que sólo en el Gran Bazar se contaron 135 fallecidos durante los primeros instantes. El gobierno del sultán Abdülhamid II hizo todo lo posible por ocultar los terribles efectos que el terremoto había causado en un imperio agonizante que ya se conocía como “el hombre enfermo de Europa“. Para ello prohibió la publicación de la mayoría de los diarios de la ciudad. Uno de los pocos que escapó a la censura, tal vez por estar escrito en francés, fue el diario Le Moniteur Oriental, que siguió publicando detalles importantes durante el mes que siguió al terremoto, como por ejemplo la insuficiencia de las clínicas y del cuidado a los heridos. Uno de sus redactores describía un aparatoso espectáculo de

[...] mujeres de la más alta alcurnia huyendo de sus casas presas del pánico, completamente despeinadas y llevando puesto tan sólo un batín, unas enaguas o una combinación.

una imagen casi idéntica a la que había visto Atteleiates nueve siglos antes. Por su parte, el semanario británico The Spectator publicaba el 21 de julio:

La población musulmana de Estambul sobrelleva la tragedia con valor y serenidad. No así los griegos, armenios y judíos de Pera y Gálata, que parecen embargados por un pánico enloquecido. Una muchedumbre vociferante se dirigió corriendo desde Gálata a uno de los puentes tan sólo para encontrarse con otro torrente de seres humanos que huía en dirección contraria [...]

Tras el temblor, miles de atemorizados estambuliotas siguieron durmiendo durante muchos días al raso en los parques públicos de la ciudad, en barracones de madera o en las tiendas de campaña que distribuían gratuitamente las autoridades.

El estado de ruina económica en que se hallaba el Imperio dificultó enormemente las labores de reconstrucción. Todavía un año después del seísmo, unas viajeras francesas escribían acerca del Gran Bazar

A cada paso se encuentran columnas agrietadas o rotas, paredes en ruinas [...] Se ven escombros caídos de los techos, una mezcla de piedras y maderas, de vigas y de yeso; y aquí y allá todavía algunas galerías se sostienen incólumes.

En general todos coinciden en que el terremoto habría sido muchísimo más mortífero si hubiese ocurrido en plena noche, y sobre todo, si en Estambul la mayoría de los edificios no fuesen de madera. Se relata cómo por todas partes se ven viejos edificios de madera que han quedado prácticamente intactos junto a casas de piedra nuevas totalmente destruidas.

La virulencia de este seísmo, el último que vivió el Imperio Otomano, sería recordada durante mucho tiempo. Como sobrevino en el año 1310 del calendario rumi, en vigencia en aquella época, el pueblo de Estambul se refirió a él durante mucho tiempo como “El terremoto de 1310″.

Siglos XX y XXI

La ciudad volvería a temblar varias veces durante el siglo XX: dos veces en 1923, en 1952, 1957, 1963, 1988, y el terriblemente mortífero que ya mencionamos de 1999. El último terremoto que se dejó sentir claramente en Estambul fue el que tuvo epicentro en Kütahya, el 19 de mayo de 2011. El reciente y trágico terremoto de Van nos recuerda que la Falla Anatolia es una zona peligrosa de gran actividad sísmica.

En un reciente estudio, los expertos del Center for Disaster Management and Risk Reduction Technology, señalan que desde 1939 una serie de megaterremotos se han venido produciendo en dirección este-oeste en el borde entre las placas anatolia y eurasiática. El último de esta serie fue el de Izmit en 1999, de manera que el siguiente debería producirse más al oeste, probablemente a escasos 20 km al sur de Estambul. Un estudio pormenorizado de esa zona demostró que el movimiento de la falla es en realidad de un 10 a un 45% menor de lo que se creía, lo que hace pensar a los investigadores que las tensiones de la falla podrían ocasionar varios terremotos más leves en lugar de uno severo. Aunque nada es 100% seguro en las predicciones sismológicas, son noticias relativamente buenas para una ciudad que sabe que más temprano que tarde se tendrá que volver a enfrentar con la furia de la tierra.

Más información:
- Tarihsel Kaynaklarıyla İstanbul Depremleri, Orhan Sakin, 2002
- The seismic activity of the Marmara Sea Region over the last 2000 Years, N. Ambraseys, 2002.
- Earthquakes at Constantinople and vicinity. AD 342 – 1454, Glanville Downey, en Medieval Academy of America, 1955
- Historical Tsunamis in the Sea of Marmara , Yildiz Altinok et al., 2001
- Le tremblement de terre de 1894: une étude sur la société, la presse et l’état ottoman, A. Caglar Akgungor, 2000.
- The Istanbul Earthquake of 1894 and Science in the Late Ottoman Empire, Amit Bein, en Middle Eastern Studies, 2008.
- Bizans döneminde İstanbul’da depremler. Halk üzerinde etki, Frank Verdeyen,
(Fuente: Turquistán)

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